No nos dio tiempo a ponernos nerviosos cuando un golpe seco retumbó a nuestra espalda. Nos giramos y allí estaba Olaya, desnuda y con la mirada entre desconcertada y amenazante. Lanzó un rugido que no hacía presagiar nada bueno. El triangulo que enmarcaba su nariz y su boca sobresalía como un hocico y de sus encías afloraban unos colmillos de tamaño mayor que los humanos. Óscar, desconcertado, sacó su arma y apuntó.
- Quieta, señora, no se acerque.
La bestia, otrora Olaya, avanzó hacia nosotros, haciendo caso omiso de las advertencias de mi amigo.
- Baja el arma Óscar. No sirve de nada.
- ¿Estás loco, tío?
El padre Esteban empuñó un crucifijo y se lanzó hacía la criatura. Olaya retrocedió asustada pero el padre le dio alcance y al situar la cruz sobre su frente el tufo a carne quemada inundó toda la estancia. Los rugidos tornaron en gemidos de inmediato y manejando a la criatura con el crucifijo, el padre rebuscó en su chaqueta y extrajo una sólida estaca. Cuando alzó el brazo para incrustarla en la criatura, fue instintivo, me abalancé sobre el padre Esteban. Si alguien debía incrustar aquella estaca en el pecho de Olaya era yo.
Olaya aprovechó el momento y brincando como una liebre, escapó de la encerrona perdiéndose en la oscuridad del pasillo.
- Lo siento, padre, no sé qué me ha ocurrido.
- Esperemos no pagar caro tu error, Pardo. No hay tiempo que perder, tu amiga estará aún confusa y es más vulnerable.
- Óscar, no te separes de nosotros. Luego te explico.
Avanzamos pasillo adelante, los tres muy juntos. El padre abría la comitiva, Óscar en medio y yo hacía de guardaespaldas estaca en ristre. Una por una fuimos inspeccionando todas las estancias. Al encender la luz de cada habitación contenía la respiración deseando no encontrarme con Olaya.
Abandonamos el tanatorio interrogando al guarda, que no había notado nada extraño. Salimos frente a unos jardines, sin saber en qué dirección encomendarnos. El padre Esteban oteó en la noche igual que un sabueso intentando encontrar alguna pista. De improvisó, algo se movió entre la vegetación y salimos a la carrera. El cuerpo de Olaya se movía con anormal velocidad entre la maleza ganándonos distancia a cada paso. Llegamos a la linde del parque, en mitad del asfalto una alcantarilla destapada hacía intuirla fuga de nuestra presa.
- No vamos a bajar- dijo el padre Esteban-. Es demasiado arriesgado. Probablemente la estén esperando los suyos.