miércoles, 19 de agosto de 2009

PERSECUCIÓN

No nos dio tiempo a ponernos nerviosos cuando un golpe seco retumbó a nuestra espalda. Nos giramos y allí estaba Olaya, desnuda y con la mirada entre desconcertada y amenazante. Lanzó un rugido que no hacía presagiar nada bueno. El triangulo que enmarcaba su nariz y su boca sobresalía como un hocico y de sus encías afloraban unos colmillos de tamaño mayor que los humanos. Óscar, desconcertado, sacó su arma y apuntó.

- Quieta, señora, no se acerque.

La bestia, otrora Olaya, avanzó hacia nosotros, haciendo caso omiso de las advertencias de mi amigo.

- Baja el arma Óscar. No sirve de nada.

- ¿Estás loco, tío?

El padre Esteban empuñó un crucifijo y se lanzó hacía la criatura. Olaya retrocedió asustada pero el padre le dio alcance y al situar la cruz sobre su frente el tufo a carne quemada inundó toda la estancia. Los rugidos tornaron en gemidos de inmediato y manejando a la criatura con el crucifijo, el padre rebuscó en su chaqueta y extrajo una sólida estaca. Cuando alzó el brazo para incrustarla en la criatura, fue instintivo, me abalancé sobre el padre Esteban. Si alguien debía incrustar aquella estaca en el pecho de Olaya era yo.

Olaya aprovechó el momento y brincando como una liebre, escapó de la encerrona perdiéndose en la oscuridad del pasillo.

- Lo siento, padre, no sé qué me ha ocurrido.

- Esperemos no pagar caro tu error, Pardo. No hay tiempo que perder, tu amiga estará aún confusa y es más vulnerable.

- Óscar, no te separes de nosotros. Luego te explico.

Avanzamos pasillo adelante, los tres muy juntos. El padre abría la comitiva, Óscar en medio y yo hacía de guardaespaldas estaca en ristre. Una por una fuimos inspeccionando todas las estancias. Al encender la luz de cada habitación contenía la respiración deseando no encontrarme con Olaya.

Abandonamos el tanatorio interrogando al guarda, que no había notado nada extraño. Salimos frente a unos jardines, sin saber en qué dirección encomendarnos. El padre Esteban oteó en la noche igual que un sabueso intentando encontrar alguna pista. De improvisó, algo se movió entre la vegetación y salimos a la carrera. El cuerpo de Olaya se movía con anormal velocidad entre la maleza ganándonos distancia a cada paso. Llegamos a la linde del parque, en mitad del asfalto una alcantarilla destapada hacía intuirla fuga de nuestra presa.

- No vamos a bajar- dijo el padre Esteban-. Es demasiado arriesgado. Probablemente la estén esperando los suyos.

martes, 28 de julio de 2009

TANATORIO

Sonó mi teléfono móvil, interrumpiendo la reunión. Era Óscar, y ya sabía para qué.

- Pardo, la autopsia ha terminado. Tenemos vía libre en el depósito de cadáveres.

- Gracias, hombre. ¿A qué hora te viene bien?

- A las ocho termino el servicio.

- A las ocho; perfecto.– El resto me miró como si acabara de escupir la peor de las blasfemias.

Colgué el teléfono y el padre Esteban me dijo:

- Ahora que estás en esto deberías ser más cuidadoso con tus horarios. Te recomendamos que no te expongas innecesariamente cuando el sol se ha puesto.

- Yo evito hacerlo – terció Iván.- Y Carlos no sale jamás de casa durante la noche.

Atajo de cobardes.

- ¿Y así pretendéis plantar cara a los vampiros?

- Pardo, me temo que no tienes ni idea de a lo que nos enfrentamos.

- Me cargaré de estacas y cruces si es necesario, Iván, pero nadie me va a encerrar en casa como una ancianita asustada.

- ¿Eres hombre de fe?- me interrogó el cura.

- No tengo ni fe en mi mismo – contesté

- Ya me parecía. Entonces has saber que los crucifijos no te servirán de nada. Solo ayudan si su portador es hombre de fe.

- Digamos que algunos objetos funcionan como un amplificador de la fuerza interior- intentó explicar Iván. Puse cara como de que me enteraba de algo.

- El que me ha telefoneado era un amigo de mis días en la policía. A las ocho tengo una cita con el cadáver de Olaya Naier. ¿Alguno se apunta?

- Yo le acompañaré, Pardo – se animó el cura.- Pero no haga oídos sordos de nuestras advertencias.

Disolvimos la tenida y pasé el resto de la tarde charlando con el padre en una cafetería. Me estuvo contando que la relación de Carlos, el bibliotecario, con el Barón de Bouillón venía de largo. De los años cincuenta cuando era aprendiz de zapatero en un pueblito de Teruel. Carlos acabó con Adelle, la por entonces concubina del Barón. Desde aquel encuentro arrastra su cojera y al parecer Carlos y el Barón habían pasado media vida persiguiéndose mutuamente. El padre Esteban había sido formado en artes esotéricas por el Vaticano y se especializó en vampirismo cuando fue destinado para combatir un brote surgido en Hungria. De nuevo, se estaban agrupando para intentar el salto a Asia.

A la hora convenida, la sombra de Óscar dobló la esquina del edificio del Anatómico Forense. Tras hacer las presentaciones, pidió al padre Esteban que se sacara el alzacuellos.

- Disculpe, padre, no hay muchos sacerdotes en el cuerpo.

Entramos en el silencioso edificio y Óscar mostró sus credenciales al vigilante de turno. Atravesamos un pasillo. La limpidez del suelo reflejaba la tenue iluminación como pequeños charcos de luz. No había actividad alguna por allí. Entramos en las cámaras, Óscar echó un vistazo al registro y nos condujo hasta una colmena de nichos metálicos. Respiré hondo. Sabía a lo que me debía enfrentar: el cuerpo de Olaya, desnudo e inerte cubierto por una sábana, la nariz afilada por la muerte y la piel gris claro. Imploré para que hubieran cerrado sus ojos marrones. Óscar tiró del asidero y deslizó la camilla metálica. El sonido metálico de los raíles retumbó por toda la estancia y ante nuestros ojos surgió una camilla vacía.

miércoles, 15 de julio de 2009

LOGIA

No sé porqué había supuesto que las reuniones de la Causa del Eterno Amanecer se llevaban a cabo mediante un ritual arcano en un lugar recóndito. Pero no.

Accedí a acompañar a Iván a su logia. Conduje desde la Universidad hasta el barrio de Argüelles, entramos en un edificio antiguo donde la temperatura descendió notablemente. Subimos por la escalera de madera hasta el primero y un hombre salió a recibirnos. Era el bibliotecario cojo que me había conseguido el libro de Carmille días atrás. Jodidos conspiradores.

- Ya os conocéis. Pardo, este es Carlos – estreché su mano sin demasiado entusiasmo y entramos en lo que resultó la vivienda del tipo.

La profusión de libros y objetos extraños provocaba la sensación de que uno se encontrara en un bazar. Había que atravesar el pasillo prácticamente de lado temiendo quedar sepultado por un alud de letra impresa. Llegamos a un salón muy luminoso donde una mesa camilla hacia las veces de salón juntas. Sentado frente a ella un sacerdote de aspecto avejentado me clavó la mirada. Tendría unos sesenta años y el rostro curtido por la severidad.

- Padre Esteban le presento a Pardo. Ya estamos todos.

Dos ancianos y un chaval, desde luego no eran el dream team de los cazavampiros.

Nos acomodamos en torno a la mesa sobre la que reposaba un antiguo ejemplar del Tratado sobre la aparición de vampiros y revivientes, firmado por el padre Augustin Calmet. Una de las obras capitales en lo que se refiere a lucha contra el mal, me explicaron a la par que Carlos, el bibliotecario, prometió conseguirme un ejemplar.

- Así que, Pardo, has tenido constancia de su existencia- comenzó Carlos.

- Una constancia bastante peligrosa.

- Al parecer el Barón de Bouillón pretende incrementar sus huestes. No entendemos con qué propósitos.

- Verás, Pardo- terció Iván- el vampiro es un animal egoísta. No se reproduce como objeto vital. Una vez escoge un habitat prefiere mantener el equilibrio y solo convierte a nuevos vampiros si se encuentra amenazado o salvo que encuentre un ejemplar excepcional de humano. Desconocemos si la tal Isabel que te atacó es un ejemplar reciente o antiguo que ha sido convocado por el Barón.

- También podría haber emigrado porque le gusta el clima en esta época del año – afirmé. Al cura no le sentó bien la broma.

- Difícilmente un vampiro usurpa el territorio de otro sin necesidad y ahora mismo hay lugares suficientes como para no alimentarse en el mismo plato. El aumento de actividad vampírica es indicio de algo muy serio. Hemos de ponernos en marcha.- El padre Esteban me lanzó una de sus mirada.

- ¿Hemos? ¿Cuando he entrado yo a formar parte de esta timba?

- Desde el momento en que asesinaron a tu amiga Olaya.

jueves, 2 de julio de 2009

CRUZADAS

- El verdadero poder del diablo es que nadie cree en su existencia –comenzó a explicarme Iván una vez me había calmado.- Es por ello que necesitábamos implicarte en el asunto.

-¿Podíais haberme consultado, joder? Hay una chica muerta y yo no lo estoy de milagro.

- Pardo, lo sentimos de verás pero muchos otros inocentes se encuentran en peligro. Lo cierto es que no esperábamos que te localizaran tan pronto, ni sabíamos de la presencia de una vampira en la ciudad. Estábamos controlando al Barón de Bouillón, uno de los más antiguos vampiros, que lleva meses alimentándose en la ciudad y al que pretendemos dar caza. Para ello pensamos en tu ayuda pero no sabíamos cómo convencerte. Si hubiéramos acudido a contratarte nos habrías tomado por locos…

En esto no les faltaba razón, Iván continuó su explicación.

- Se trata de una guerra milenaria, Pardo. Ellos nos vigilan y nosotros a ellos. Se nos ocurrió que si te localizaban tratando con alguno de nosotros y leyendo sobre el tema en seguida se presentarían como han hecho en otros casos. Esperábamos que fuese el Barón y no uno de sus secuaces. Ahora tendremos que investigar la genealogía de la tal Isabel.

- ¿Así que sois una especie de sociedad secreta?

- En realidad, la Causa del Amanecer Eterno se trata una escisión de la Golden Dawn, la orden hermética del siglo XIX que, a su vez recogía conocimientos de los Rosacruces. El patán de Aleister Crowley forzó su disolución cuando en uno de sus alardes de ego comenzó a publicar los Secretos y a banalizar sobre el Bien y el Mal. Algunos de sus miembros se vieron en el deber de poner a salvo informaciones capitales en la lucha contra el Mal y de ahí surgen varias Órdenes y Escuelas, cada una centrada en sus Secretos. La nuestra intenta luchar contra el vampirismo aunque no estamos en nuestro mejor momento. Las grandes guerras son terreno abonado para que los chupasangres campen a sus anchas sin levantar sospecha. De hecho, se conocen los manejos de vampiros con el fin de propiciar el estallido de la Segunda Guerra Mundial y culminar su expansión hacía la URRS y de ahí dar el salto hacía Asia. Afortunadamente no lo lograron.

- ¿Por qué ese interés por Asia?

- El gran combate de la noche y el día. Ellos anhelan ser invulnerables a la luz solar, nosotros lograr el Amanecer Eterno que los confine para siempre en sus ataúdes. En Asia se encuentran algunas de las fuentes más poderosas del esoterismo. Pero, tal como están las cosas, lo único que ahora podemos hacer es apagar fuegos como el Barón de Bouillón, evitando más muertes.

- ¿Y qué os hace pensar que puedo ayudaros?

- No voy a mentirte, Pardo. Nuestra célula de la Causa no es muy poderosa mientras que el Barón sí lo es: su conversión se remonta a los tiempos de la Primera Cruzada. Necesitamos refuerzos para tener alguna oportunidad contra el diablo.

- ¿ Iván, y tú qué pintas en todo esto?

- Yo me vi implicado cuando la desaparición de mi novia. Creí volverme loco, por eso pedí a mis padres que me sacarán de Bilbao. Pero aún habré de regresar a ocuparme del tema: he leído demasiadas noticias en los periódicos que demuestran que no alucinaba cuando veía a Susana flotando y llamando a mi ventana por las noches.

lunes, 22 de junio de 2009

IRACUNDO

No sé si la noticia del asesinato de Olaya me produjo más tristeza o ira; lo cierto es que destrocé el cristal de la mesita de un puñetazo.

No me fue difícil imaginar a Isabel siguiéndome, malherida, entre las sombras hasta casa de Olaya. Y observándonos desde el ventanal hasta que la chica salió hacía su trabajo, momento en que la asaltó sin piedad. Se la había servido en bandeja a aquella cabrona.

Llamé a Óscar, mi último amigo dentro del cuerpo de policía, necesitaba reconocer el cadáver.

- Ya sabes que no hay problemas pero espera a que termine el forense. Al parecer el asesino ha hecho una buena escabechina y tiene para un rato.

- Era amiga mia.

- Lo siento, Pardo.

Sentí un escalofrío al imaginar a Olaya tendida en la mesa de autopsias, rodeada de toda clase de siniestro instrumental. Era una de las personas más vivas de cuantas había conocido y no era justo que la hubieran despachado de un modo tan cruento. Alguien lo iba a pagar, eso seguro.

Es cierto que desde que me expulsaron del cuerpo me he vuelto muy irascible. Me dieron ganas de atizarme un lingotazo que me templara los nervios pero decidí que era preferible adelantar trabajo. Hacía un día soleado que me protegería de la vampiro.

Fui a visitar a Iván. Su jefe me dijo que estaría en la Facultad, trabajando en su tesis. Dirigí mis pasos al edificio de la Facultad de Biológicas. Localicé a Iván en un laboratorio de la segunda planta, rodeado de ratones, conejos y otras especies de animales, todos albinos.

- Anoche tuve un encuentro inesperado.

- Han sido rápidos. No esperábamos que tardaran tan poco en localizarte- contestó sin levantar la vista de una lente de aumento que hacía aún más repugnantes las muestras de larvas que estudiaba.

- ¿Qué esperabais? ¿Localizarme?- grité mientras le propinaba un empujón que provocó un cataclismo de matraces y probetas. Definitivamente, estaba muy cabreado.- ¿Te crees que soy un puto conejo de Indias? ¡Esta noche ha muerto una amiga mía!

- Mira, Pardo, entiendo por lo que estás pasando. Ahora, si te calmas te podremos explicar algunas cosas.

- Ya me estás tocando los cojones con tanto plural mayestático ¿quiénes podéis explicarme?

- La Causa del Perpetuo Amanecer. Esta tarde tenemos Consejo. Sería un honor que nos acompañaras.

jueves, 18 de junio de 2009

OLAYA

Retrocedí sin atreverme a dar la espalda a la alcantarilla, apretando la estaca con fuerza. Esperaba que, en cualquier momento, Isabel surgiera de las sombras a lanzarse sobre mi cuello. Llegué a mi portal, desde la callé comprobé que las luces de mi apartamento permanecían encendidas pero no me pareció buena idea subir: al fin y al cabo había invitado a una vampira, o lo que cojones fuera, a entrar en mi casa. Decidí buscar refugio:

- ¿Olaya, qué tal estás, guapa? Tengo un problema y no puedo volver por casa hasta que lo resuelva.

- Sin problema, puedes usar mi piso, tengo vuelos durante toda la semana.

Olaya era buena chica aunque estaba como un cencerro. Hace tiempo lo intentamos como pareja pero la historia no cuajó: sus expectativas eran tales que no podía sino decepcionarla. Olaya continuaba soltera, cosa extraña para una azafata de vuelo de metro ochenta y brillante melena negra. Agotaba su tiempo buscando el príncipe azul en cotos republicanos.

Timbré en su puerta y abrió sin preguntar. Un abrazo. Olaya vestía su uniforme que siempre le había sentado de maravilla.

- Has tenido suerte de encontrarme. Salgo esta noche para Praga y de ahí vuelo a Nueva York. Toma las llaves. Puedes usar mi cama, no me importa. ¿En qué lio te has metido ahora, Pardo?

- Digamos que una plaga de bichos malos ronda mi apartamento- Olaya me miró extrañada.

- Bueno, tú sabrás. Dame un beso que me voy al aeropuerto. Ya sabes dónde está todo.

Busqué cerveza en la nevera, entre las latas de té al limón y los envases de yogur que, al parecer, constituían la dieta básica de mi amiga. Me tiré en el sofá a meditar sobre los extraños acontecimientos de aquella noche. Hace unos días había tomado por majara a un chaval que me habló de vampiros y ahora que me las había visto con uno me sentía un poco avergonzado. De improviso, todo en mi vida giraba en torno a los vampiros. Desconfío de las casualidades, así que se imponía una visita al café donde trabajaba Iván.

Dormí intranquilo y con la luz encendida. El encuentro con Isabel me había vuelto precavido con la oscuridad. A la mañana siguiente, mientras preparaba café, puse la televisión. En el noticiario aparecían las imágenes de un levantamiento de cadáver. El cuerpo cubierto por una manta térmica y los policías, los del Samur y el juez alrededor del finado. Subí el volumen.

-… tendido en la acera de la calle Santa Engracia fue descubierto a altas horas de la madrugada por un vecino de la zona y presenta numerosos desgarros y otros signos de violencia. Fuentes policiales han identificado el cadáver como Olaya Maier, azafata de la compañía Iberia….

miércoles, 27 de mayo de 2009

ENCUENTRO

- Adelante. Disculpa el desorden.

No tengo por costumbre llevar citas a mi apartamento: es un piso demasiado pequeño para que dos personas se muevan sin incomodarse. Además, lo tengo alfombrado de papeles, libros y montones de ropa. La verdad, es que parece una habitación de colegio mayor que no habla muy bien de mí. No obstante, decidí hacer una excepción con Isabel, que tal era el nombre de la chica.

Intentando ofrecerle una bebida digna, encontré una botella de Beronia. El vino era lo bastante bueno para la dama pero mi vajilla es un desastre. Hubiera sido estupendo brindar con unas copas de cristal de bohemia pero habría que conformarse con las del supermercado. Se sacó los zapatos. Como toda ella, sus pies eran pequeños, blancos, bonitos y proporcionados. Me explicó que trabajaba de traductora freelance para diversas embajadas pues dominaba cinco idiomas. Al manifestar mi asombro me contestó:

- Se me da bien y he tenido bastante tiempo.

Se acurrucó en mi regazo y tuve la absurda necesidad de saber cómo quedaba la estampa. Busqué nuestro reflejo en el ventanal del apartamento y allí estaba yo, sentado en el sofá, completamente solo.

Fue instintivo. La sujeté por el cuello, estrellándola contra mi escritorio. Se volvió ágil, sus mandíbulas ganaron prominencia y sus incisivos crecieron unos cuatro centímetros, arrancando los falsos brackets.

- ¿Quién es ahora la presa fácil, Pardo?- dijo, mientras trepaba por una de las paredes, como una lagartija, ganando el techo de mi apartamento.

Se situó encima de mí, preparando su ataque. Yo intentaba moverme lo más rápido posible en busca de algo con lo que defenderme. De pronto, vi un viejo bastón que me fue útil durante una rehabilitación y me lance a por él. La hija de puta me seguía por el techo y en cuanto adivinó mis intenciones se lanzó sobre mí. Apenas me dio tiempo a astillar el bastón cuando tenía encima sus mandíbulas. Aunque le atravesé el omoplato no logré acertar en el corazón. La perra reculó mientras emitía algo semejante a un rugido, se miró la herida con horror y   saltando entre los límites horizontal y vertical, escapó del apartamento. Agarré la otra mitad del bastón y salí tras de ella.

Vi una sombra que se perdía al fondo de la calle y avancé con cautela, apretando con fuerza la estaca. Al llegar encontré una alcantarilla destapada. Me asomé y dos puntos amarillos se iluminaron al fondo de la cloaca.

- Desciende, Pardo, te estamos esperando.

- Y una polla.

martes, 26 de mayo de 2009

ASALTO

Los bares por la noche son como administraciones de lotería: los solteros acuden a ellos esperando un golpe de suerte, pero la suerte es esquiva. Eran mis pensamientos mientras apuraba un gin tonic y hacía tiempo antes de volver a casa. La fauna local disfrutaba del ritual del viernes por la noche. Robándole un poco más de energías al cansancio, se arreglaban para exhibir su discutible concepto de elegancia, a base de camisas entalladas, vaqueros caidos y zapatos puntiagudos. Pavoneaban alrededor de las hembras disponibles tratando de emborracharlas lo suficiente para que accedan a marcharse con ellos.

Una mujer, al extremo de la barra, degustaba un Martini ajena a todo, incluso a cuanto llamaba la atención su presencia en un pub de baja estofa. Parecía una ejecutiva de cuentas, vestía blusa, una falda que le ceñía fenomenal el trasero y calzado de marca. Su palidez nórdica resaltaba su melena negra. A su alrededor, se apiñaban unos muchachos del Este que habían venido a beber gratis a costa de la camarera, que era novia o hermana de uno de ellos. Sus pintas de matones con tres cuartos de cuero no parecían intimidar a la misteriosa mujer, absorta cual bebedora de absenta. Apagó un pitillo y pidió la cuenta extrayendo un fajo de billetes. Los rumanos le echaron el ojo. Abandonó aquel antro con la misma seguridad de que había hecho gala todo el tiempo. Sin embargo, un par de rumanos salió tras sus pasos. En lo que tardé en bajar del taburete y salir del garito ya estaban forcejeando con ella para arrebatarle el bolso. Por sorpresa, agarré a uno de ellos por el cogote le estampé de morros contra la ventanilla de un coche caro, haciendo saltar la alarma del vehículo. El otro introdujo la mano en la chaqueta, supuse que en busca de alguna clase de arma, pero no le concedí la oportunidad. De una patada le subí los testículos a la garganta. El sonido de la alarma alertó a varios vecinos y los tipos salieron huyendo. Ya se habían llevado lo suyo. La mujer se había escondido en un soportal aferrándose al bolso. Estaba bastante nerviosa. La ayude a ponerse en pie. No medía más allá del metro sesenta, las medidas perfectas.

- Tranquila, esos ya no vuelven pero harías bien en no frecuentar antros tan cochambrosos. Aquí eres presa fácil.

Sonrió, tímida. Llevaba aparato dental y al percibir mi expresión de sorpresa, se llevó la mano a la boca como si sintiera vergüenza. Definitivamente, hay gestos capaces de conmoverme.

- No es normal que alguien de mi edad lo lleve pero tarde años en decidirme.

- ¿Necesitas algo? Si quieres te acompaño hasta tu casa.

-¿Y por qué no vamos a la tuya? No me apetece quedarme sola esta noche.

Y a veces, te toca la lotería.

miércoles, 20 de mayo de 2009

TESIS

No obstante, la conversación me incomodó lo suficiente para, en los días siguientes, pasar por alto la sección de necrológicas. Se me antojaba como una suerte de versión oficial y demasiado bien conozco lo que distan las versiones oficiales de la realidad.

Los lunes Iván libraba y el dueño atendía la terraza. Mi amigo Pachi, un vasco de larga trayectoria en la hostelería de la capital que había recalado finalmente en la Plaza de Olavide, donde preparaba un bacalao al pil pil de morirte.

- Aquí tienes Pardo, un café.

- Gracias Pachi. Oye, el muchacho este, Iván, es majete pero muy en sus cabales tampoco está, ¿no?

- Ahí anda. En realidad lo de venir a Madrid fue idea de sus padres por aquello de sacarle del mal ambiente de Bilbao.

- ¿Y eso?

- Hace un par de años su novia desapareció sin dejar rastro. Era una chica de Getxo que, simplemente, una noche no regresó a casa.

- Coño.

- Para colmo la última vez que fue vista paseaba con Iván, rumbo a la estación de cercanías. Te puedes imaginar el calvario que sufrió el chico: no solo su novia de años desaparece sino que, ya sabes cómo es la poli, le señalaron como principal sospechoso. Cayó en una depresión de caballo. Al correr los meses y observar que Iván no mejoraba, su padre me localizó para ver si le podía apadrinar y mandármelo una temporada. En aquel ambiente se estaba volviendo loco. El pobre chaval dejó de ir a clase porque todos le señalaban y evitaban.

- Y de la chica ni rastro.

- Nada, hasta hoy. No sé si la recordarás, Susana Nessi. La poli estuvo peinando la ría y toda la hostia.

- Sí, sí, claro que recuerdo aquel suceso.

- Y te lo puedo asegurar, Pardo, Iván no es un asesino. De eso sí que estoy seguro.

- No tiene pinta. Un poco atolondrado pero, joder, si le ha pasado algo así no es extraño que el chico ande buscando fantasmas en cada sombra.

- Ya ves. ¿Y por qué me lo preguntas? ¿Qué pasó, te ha soltado alguna rareza?

- Bueno, unas chorradas sobre vampiros, pero no le des más importancia.

- Ah, de vampiros. Será algo sobre su tesis doctoral.

- ¿Su tesis doctoral? En serio, Pachi, ese chico está para que lo encierren.

martes, 19 de mayo de 2009

IVÁN

Aquella tarde leí Carmilla del tirón. Un cuento gótico sobre una extraña joven que intenta seducir a la hija del propietario de un castillo. La narración es bastante confusa  en algunos de sus pasajes, supongo que en un intento de escamotear las connotaciones lésbicas de la historia. No obstante, me entretuvo bastante y me llamó la atención cómo adelanta alguno de los elementos del famoso Drácula de Stoker.

A la mañana siguiente, acudí a desayunar al café de la Plaza de Olavide. Ojeaba el periódico con su ristra diaria de incompetencias, corruptelas y crímenes. Iván se acercó a servirme y me hizo un gesto al observar el libro sobre la mesa:

- ¿Qué tal, le gustó?

- Si que está bien. Tiene algunas partes bastante picantonas. En realidad, la trama de seducción tiene mucho parecido con la del conde Drácula y Mina Murray. Nada más que veinticinco años antes.

- Y con “rollo bollo”. Lo cual no deja de ser meritorio, en plena sociedad victoriana.

- Ahora, hay algo que me disgusta en los cuentos de vampiros y es la propensión al mal de sus protagonistas. No podría, en algún caso, toda esa experiencia de siglos vividos convertirles en mejores personas.

- ¿Cómo?

- En todas las narraciones que conozco el vampiro se aprovecha su inmortalidad para someter y asesinar a sus congéneres. Podría ser interesante plantear una historia en la que el vampiro dedicara sus facultades en beneficio de los humanos. Se dice que el tiempo acostumbra volvernos más sabios, no peores.

- Ahí se equivoca, Pardo, al identificar al vampiro con el hombre que un día fue.  Una vez convertido, el vampiro es un depredador y esperar humanidad sería lo mismo que esperarla de un tigre de bengala.

- Te veo muy ducho en la materia.

- Me interesa el asunto desde hace años. Creo que esas narraciones no son sino el trasunto de fenómenos realmente existentes- le miré incrédulo y me descubrió.

-  No soy un pirado, ni nada parecido. Solo pienso que, dada la abundancia de textos que refieren su existencia, algún viso de verdad debe haber. En el reino animal existen muchos casos de depredadores que se alimentan de la sangre de sus víctimas.

- Vamos, vamos, Iván ¿no crees que si realmente conviviésemos con vampiros ya nos habríamos enterado?

- ¿Y no se ha planteado usted si esos seres no desearan hacerse notar por algún motivo?

- Iván, hijo, creo que no estás en tus cabales. Hace tiempo pertenecía a la pasma y si existieran criaturas de la noche rondando por las calles, créeme que lo sabría.

El chico me arrebató el periódico y lo desplegó por la página 3: sección Necrológicas.

- Mira, Pardo, estos son el menú del día de hoy. ¿Realmente pretendes hacerme creer que cada día se investigan a fondo las causas de todos los finados? ¿Que no desaparece gente para siempre o directamente no se la echa en falta? Te aseguro que mis  suposiciones no van tan desencaminadas.

- Pues si pretendes hacerme creer en vampiros- contesté por zanjar aquella absurda conversación- tendrás que exponerme algo más que descabelladas teorías.

Puta ciudad, crees haber topado con alguien razonable y resulta que a la que puede, se destapa como un pirado creyente en vampiros.

martes, 12 de mayo de 2009

BIBLIOTECARIO

Hacía apenas unas semanas había resuelto, con algún éxito, la desaparición de valiosas obras de arte del episcopado. El ladrón resultó el mismo sacerdote que ordenó llamarme para desviar sospechas pero le salió mal la jugada. Y como tengo por costumbre no encadenar dos casos seguidos, disfrutaba observando como la primavera llegaba a la ciudad. Días para pasarlos ojeando el diario en la terraza de alguna tranquila plaza, alejada del tráfico y las obras. Los columnistas más cursis comenzaban a escribir sobre muchachas en flor y la proximidad de las vacaciones otorgaba a los ciudadanos cierta tregua en su desánimo. La claridad iluminaba las calles aún lejos de la densidad insoportable que nos asolaría en pocas semanas. Con tiempo libre y la cuenta corriente en positivo no hay mejor descanso que el disfrute de la propia tierra.

Saboreaba la cerveza fría a pequeños sorbos y la lectura de novelas de misterio. Iván, el camarero que me atendía a diario era mi más frecuente interlocutor. Era estudiante de biología y se sacaba un extra sirviendo mesas. Al observar el rumbo de mis lecturas me recomendó Carmilla, la novela de Le Fanu. “Se la prestaría pero la dejé en casa de mis padres, en Bilbao” me dijo.

Desde mi separación, me veo obligado a habitar un apartamento minúsculo, motivo por el cual intento poseer solo aquello que me es imprescindible. Apenas adquiero libros u otros objetos cuya función principal termina siendo acumular polvo. Así, me había sacado el carnet de un par de bibliotecas bien nutridas. Acudí a una de ellas en busca del libro pero no di con él en la sección de literatura inglesa. Me acerqué al puesto del bibliotecario que se levantó y me pidió que le acompañara: resultó que aquel almacén tenía a los autores irlandeses en una librería separada de los ingleses. Beckett, Jameson, Joyce... Le Fanu. El hombre me entregó la obra y le seguí de nuevo hasta el mostrador para completar el préstamo. El bibliotecario cojeaba, arrastrando su pierna derecha como un miembro inerte.

- Así que Carmille. Buen libro –pronunció a la que escaneaba el código de barras.

- Me relajan las novelas fantásticas –contesté educado.

- ¿Fantásticas? Yo no diría tanto.

LA MANCHA

Una mancha parduzca tiñe la acera desde hace días. La huelga de los servicios de limpieza del Ayuntamiento ha evitado su desaparición. Parece pintura marrón o un manchón de mierda, pero no es ni lo uno ni lo otro: es sangre; la mía, en concreto. Arrojarse desde la ventana de un tercer piso es lo que tiene: te haces daño. Pero fue la única opción para salvar mi vida. Un chucho se acerca, husmea y lame la acera. Siento deseos de patearle el trasero.

Voy camino de la consulta del traumatólogo. Durante el día las ventanas del tercer piso están clausuradas. Sé que debo volver a subir y que cuánto más tarde, más gente puede sufrir. Pero no puedo hacerlo hasta que el médico me de el alta y me quite este maldito cabestrillo. Sería suicida; no tendría la menor oportunidad. Es lo que tiene vérselas contra un vampiro.