Los lunes Iván libraba y el dueño atendía la terraza. Mi amigo Pachi, un vasco de larga trayectoria en la hostelería de la capital que había recalado finalmente en la Plaza de Olavide, donde preparaba un bacalao al pil pil de morirte.
- Aquí tienes Pardo, un café.
- Gracias Pachi. Oye, el muchacho este, Iván, es majete pero muy en sus cabales tampoco está, ¿no?
- Ahí anda. En realidad lo de venir a Madrid fue idea de sus padres por aquello de sacarle del mal ambiente de Bilbao.
- ¿Y eso?
- Hace un par de años su novia desapareció sin dejar rastro. Era una chica de Getxo que, simplemente, una noche no regresó a casa.
- Coño.
- Para colmo la última vez que fue vista paseaba con Iván, rumbo a la estación de cercanías. Te puedes imaginar el calvario que sufrió el chico: no solo su novia de años desaparece sino que, ya sabes cómo es la poli, le señalaron como principal sospechoso. Cayó en una depresión de caballo. Al correr los meses y observar que Iván no mejoraba, su padre me localizó para ver si le podía apadrinar y mandármelo una temporada. En aquel ambiente se estaba volviendo loco. El pobre chaval dejó de ir a clase porque todos le señalaban y evitaban.
- Y de la chica ni rastro.
- Nada, hasta hoy. No sé si la recordarás, Susana Nessi. La poli estuvo peinando la ría y toda la hostia.
- Sí, sí, claro que recuerdo aquel suceso.
- Y te lo puedo asegurar, Pardo, Iván no es un asesino. De eso sí que estoy seguro.
- No tiene pinta. Un poco atolondrado pero, joder, si le ha pasado algo así no es extraño que el chico ande buscando fantasmas en cada sombra.
- Ya ves. ¿Y por qué me lo preguntas? ¿Qué pasó, te ha soltado alguna rareza?
- Bueno, unas chorradas sobre vampiros, pero no le des más importancia.
- Ah, de vampiros. Será algo sobre su tesis doctoral.
- ¿Su tesis doctoral? En serio, Pachi, ese chico está para que lo encierren.