martes, 26 de mayo de 2009

ASALTO

Los bares por la noche son como administraciones de lotería: los solteros acuden a ellos esperando un golpe de suerte, pero la suerte es esquiva. Eran mis pensamientos mientras apuraba un gin tonic y hacía tiempo antes de volver a casa. La fauna local disfrutaba del ritual del viernes por la noche. Robándole un poco más de energías al cansancio, se arreglaban para exhibir su discutible concepto de elegancia, a base de camisas entalladas, vaqueros caidos y zapatos puntiagudos. Pavoneaban alrededor de las hembras disponibles tratando de emborracharlas lo suficiente para que accedan a marcharse con ellos.

Una mujer, al extremo de la barra, degustaba un Martini ajena a todo, incluso a cuanto llamaba la atención su presencia en un pub de baja estofa. Parecía una ejecutiva de cuentas, vestía blusa, una falda que le ceñía fenomenal el trasero y calzado de marca. Su palidez nórdica resaltaba su melena negra. A su alrededor, se apiñaban unos muchachos del Este que habían venido a beber gratis a costa de la camarera, que era novia o hermana de uno de ellos. Sus pintas de matones con tres cuartos de cuero no parecían intimidar a la misteriosa mujer, absorta cual bebedora de absenta. Apagó un pitillo y pidió la cuenta extrayendo un fajo de billetes. Los rumanos le echaron el ojo. Abandonó aquel antro con la misma seguridad de que había hecho gala todo el tiempo. Sin embargo, un par de rumanos salió tras sus pasos. En lo que tardé en bajar del taburete y salir del garito ya estaban forcejeando con ella para arrebatarle el bolso. Por sorpresa, agarré a uno de ellos por el cogote le estampé de morros contra la ventanilla de un coche caro, haciendo saltar la alarma del vehículo. El otro introdujo la mano en la chaqueta, supuse que en busca de alguna clase de arma, pero no le concedí la oportunidad. De una patada le subí los testículos a la garganta. El sonido de la alarma alertó a varios vecinos y los tipos salieron huyendo. Ya se habían llevado lo suyo. La mujer se había escondido en un soportal aferrándose al bolso. Estaba bastante nerviosa. La ayude a ponerse en pie. No medía más allá del metro sesenta, las medidas perfectas.

- Tranquila, esos ya no vuelven pero harías bien en no frecuentar antros tan cochambrosos. Aquí eres presa fácil.

Sonrió, tímida. Llevaba aparato dental y al percibir mi expresión de sorpresa, se llevó la mano a la boca como si sintiera vergüenza. Definitivamente, hay gestos capaces de conmoverme.

- No es normal que alguien de mi edad lo lleve pero tarde años en decidirme.

- ¿Necesitas algo? Si quieres te acompaño hasta tu casa.

-¿Y por qué no vamos a la tuya? No me apetece quedarme sola esta noche.

Y a veces, te toca la lotería.