martes, 12 de mayo de 2009

BIBLIOTECARIO

Hacía apenas unas semanas había resuelto, con algún éxito, la desaparición de valiosas obras de arte del episcopado. El ladrón resultó el mismo sacerdote que ordenó llamarme para desviar sospechas pero le salió mal la jugada. Y como tengo por costumbre no encadenar dos casos seguidos, disfrutaba observando como la primavera llegaba a la ciudad. Días para pasarlos ojeando el diario en la terraza de alguna tranquila plaza, alejada del tráfico y las obras. Los columnistas más cursis comenzaban a escribir sobre muchachas en flor y la proximidad de las vacaciones otorgaba a los ciudadanos cierta tregua en su desánimo. La claridad iluminaba las calles aún lejos de la densidad insoportable que nos asolaría en pocas semanas. Con tiempo libre y la cuenta corriente en positivo no hay mejor descanso que el disfrute de la propia tierra.

Saboreaba la cerveza fría a pequeños sorbos y la lectura de novelas de misterio. Iván, el camarero que me atendía a diario era mi más frecuente interlocutor. Era estudiante de biología y se sacaba un extra sirviendo mesas. Al observar el rumbo de mis lecturas me recomendó Carmilla, la novela de Le Fanu. “Se la prestaría pero la dejé en casa de mis padres, en Bilbao” me dijo.

Desde mi separación, me veo obligado a habitar un apartamento minúsculo, motivo por el cual intento poseer solo aquello que me es imprescindible. Apenas adquiero libros u otros objetos cuya función principal termina siendo acumular polvo. Así, me había sacado el carnet de un par de bibliotecas bien nutridas. Acudí a una de ellas en busca del libro pero no di con él en la sección de literatura inglesa. Me acerqué al puesto del bibliotecario que se levantó y me pidió que le acompañara: resultó que aquel almacén tenía a los autores irlandeses en una librería separada de los ingleses. Beckett, Jameson, Joyce... Le Fanu. El hombre me entregó la obra y le seguí de nuevo hasta el mostrador para completar el préstamo. El bibliotecario cojeaba, arrastrando su pierna derecha como un miembro inerte.

- Así que Carmille. Buen libro –pronunció a la que escaneaba el código de barras.

- Me relajan las novelas fantásticas –contesté educado.

- ¿Fantásticas? Yo no diría tanto.