miércoles, 27 de mayo de 2009

ENCUENTRO

- Adelante. Disculpa el desorden.

No tengo por costumbre llevar citas a mi apartamento: es un piso demasiado pequeño para que dos personas se muevan sin incomodarse. Además, lo tengo alfombrado de papeles, libros y montones de ropa. La verdad, es que parece una habitación de colegio mayor que no habla muy bien de mí. No obstante, decidí hacer una excepción con Isabel, que tal era el nombre de la chica.

Intentando ofrecerle una bebida digna, encontré una botella de Beronia. El vino era lo bastante bueno para la dama pero mi vajilla es un desastre. Hubiera sido estupendo brindar con unas copas de cristal de bohemia pero habría que conformarse con las del supermercado. Se sacó los zapatos. Como toda ella, sus pies eran pequeños, blancos, bonitos y proporcionados. Me explicó que trabajaba de traductora freelance para diversas embajadas pues dominaba cinco idiomas. Al manifestar mi asombro me contestó:

- Se me da bien y he tenido bastante tiempo.

Se acurrucó en mi regazo y tuve la absurda necesidad de saber cómo quedaba la estampa. Busqué nuestro reflejo en el ventanal del apartamento y allí estaba yo, sentado en el sofá, completamente solo.

Fue instintivo. La sujeté por el cuello, estrellándola contra mi escritorio. Se volvió ágil, sus mandíbulas ganaron prominencia y sus incisivos crecieron unos cuatro centímetros, arrancando los falsos brackets.

- ¿Quién es ahora la presa fácil, Pardo?- dijo, mientras trepaba por una de las paredes, como una lagartija, ganando el techo de mi apartamento.

Se situó encima de mí, preparando su ataque. Yo intentaba moverme lo más rápido posible en busca de algo con lo que defenderme. De pronto, vi un viejo bastón que me fue útil durante una rehabilitación y me lance a por él. La hija de puta me seguía por el techo y en cuanto adivinó mis intenciones se lanzó sobre mí. Apenas me dio tiempo a astillar el bastón cuando tenía encima sus mandíbulas. Aunque le atravesé el omoplato no logré acertar en el corazón. La perra reculó mientras emitía algo semejante a un rugido, se miró la herida con horror y   saltando entre los límites horizontal y vertical, escapó del apartamento. Agarré la otra mitad del bastón y salí tras de ella.

Vi una sombra que se perdía al fondo de la calle y avancé con cautela, apretando con fuerza la estaca. Al llegar encontré una alcantarilla destapada. Me asomé y dos puntos amarillos se iluminaron al fondo de la cloaca.

- Desciende, Pardo, te estamos esperando.

- Y una polla.

martes, 26 de mayo de 2009

ASALTO

Los bares por la noche son como administraciones de lotería: los solteros acuden a ellos esperando un golpe de suerte, pero la suerte es esquiva. Eran mis pensamientos mientras apuraba un gin tonic y hacía tiempo antes de volver a casa. La fauna local disfrutaba del ritual del viernes por la noche. Robándole un poco más de energías al cansancio, se arreglaban para exhibir su discutible concepto de elegancia, a base de camisas entalladas, vaqueros caidos y zapatos puntiagudos. Pavoneaban alrededor de las hembras disponibles tratando de emborracharlas lo suficiente para que accedan a marcharse con ellos.

Una mujer, al extremo de la barra, degustaba un Martini ajena a todo, incluso a cuanto llamaba la atención su presencia en un pub de baja estofa. Parecía una ejecutiva de cuentas, vestía blusa, una falda que le ceñía fenomenal el trasero y calzado de marca. Su palidez nórdica resaltaba su melena negra. A su alrededor, se apiñaban unos muchachos del Este que habían venido a beber gratis a costa de la camarera, que era novia o hermana de uno de ellos. Sus pintas de matones con tres cuartos de cuero no parecían intimidar a la misteriosa mujer, absorta cual bebedora de absenta. Apagó un pitillo y pidió la cuenta extrayendo un fajo de billetes. Los rumanos le echaron el ojo. Abandonó aquel antro con la misma seguridad de que había hecho gala todo el tiempo. Sin embargo, un par de rumanos salió tras sus pasos. En lo que tardé en bajar del taburete y salir del garito ya estaban forcejeando con ella para arrebatarle el bolso. Por sorpresa, agarré a uno de ellos por el cogote le estampé de morros contra la ventanilla de un coche caro, haciendo saltar la alarma del vehículo. El otro introdujo la mano en la chaqueta, supuse que en busca de alguna clase de arma, pero no le concedí la oportunidad. De una patada le subí los testículos a la garganta. El sonido de la alarma alertó a varios vecinos y los tipos salieron huyendo. Ya se habían llevado lo suyo. La mujer se había escondido en un soportal aferrándose al bolso. Estaba bastante nerviosa. La ayude a ponerse en pie. No medía más allá del metro sesenta, las medidas perfectas.

- Tranquila, esos ya no vuelven pero harías bien en no frecuentar antros tan cochambrosos. Aquí eres presa fácil.

Sonrió, tímida. Llevaba aparato dental y al percibir mi expresión de sorpresa, se llevó la mano a la boca como si sintiera vergüenza. Definitivamente, hay gestos capaces de conmoverme.

- No es normal que alguien de mi edad lo lleve pero tarde años en decidirme.

- ¿Necesitas algo? Si quieres te acompaño hasta tu casa.

-¿Y por qué no vamos a la tuya? No me apetece quedarme sola esta noche.

Y a veces, te toca la lotería.

miércoles, 20 de mayo de 2009

TESIS

No obstante, la conversación me incomodó lo suficiente para, en los días siguientes, pasar por alto la sección de necrológicas. Se me antojaba como una suerte de versión oficial y demasiado bien conozco lo que distan las versiones oficiales de la realidad.

Los lunes Iván libraba y el dueño atendía la terraza. Mi amigo Pachi, un vasco de larga trayectoria en la hostelería de la capital que había recalado finalmente en la Plaza de Olavide, donde preparaba un bacalao al pil pil de morirte.

- Aquí tienes Pardo, un café.

- Gracias Pachi. Oye, el muchacho este, Iván, es majete pero muy en sus cabales tampoco está, ¿no?

- Ahí anda. En realidad lo de venir a Madrid fue idea de sus padres por aquello de sacarle del mal ambiente de Bilbao.

- ¿Y eso?

- Hace un par de años su novia desapareció sin dejar rastro. Era una chica de Getxo que, simplemente, una noche no regresó a casa.

- Coño.

- Para colmo la última vez que fue vista paseaba con Iván, rumbo a la estación de cercanías. Te puedes imaginar el calvario que sufrió el chico: no solo su novia de años desaparece sino que, ya sabes cómo es la poli, le señalaron como principal sospechoso. Cayó en una depresión de caballo. Al correr los meses y observar que Iván no mejoraba, su padre me localizó para ver si le podía apadrinar y mandármelo una temporada. En aquel ambiente se estaba volviendo loco. El pobre chaval dejó de ir a clase porque todos le señalaban y evitaban.

- Y de la chica ni rastro.

- Nada, hasta hoy. No sé si la recordarás, Susana Nessi. La poli estuvo peinando la ría y toda la hostia.

- Sí, sí, claro que recuerdo aquel suceso.

- Y te lo puedo asegurar, Pardo, Iván no es un asesino. De eso sí que estoy seguro.

- No tiene pinta. Un poco atolondrado pero, joder, si le ha pasado algo así no es extraño que el chico ande buscando fantasmas en cada sombra.

- Ya ves. ¿Y por qué me lo preguntas? ¿Qué pasó, te ha soltado alguna rareza?

- Bueno, unas chorradas sobre vampiros, pero no le des más importancia.

- Ah, de vampiros. Será algo sobre su tesis doctoral.

- ¿Su tesis doctoral? En serio, Pachi, ese chico está para que lo encierren.

martes, 19 de mayo de 2009

IVÁN

Aquella tarde leí Carmilla del tirón. Un cuento gótico sobre una extraña joven que intenta seducir a la hija del propietario de un castillo. La narración es bastante confusa  en algunos de sus pasajes, supongo que en un intento de escamotear las connotaciones lésbicas de la historia. No obstante, me entretuvo bastante y me llamó la atención cómo adelanta alguno de los elementos del famoso Drácula de Stoker.

A la mañana siguiente, acudí a desayunar al café de la Plaza de Olavide. Ojeaba el periódico con su ristra diaria de incompetencias, corruptelas y crímenes. Iván se acercó a servirme y me hizo un gesto al observar el libro sobre la mesa:

- ¿Qué tal, le gustó?

- Si que está bien. Tiene algunas partes bastante picantonas. En realidad, la trama de seducción tiene mucho parecido con la del conde Drácula y Mina Murray. Nada más que veinticinco años antes.

- Y con “rollo bollo”. Lo cual no deja de ser meritorio, en plena sociedad victoriana.

- Ahora, hay algo que me disgusta en los cuentos de vampiros y es la propensión al mal de sus protagonistas. No podría, en algún caso, toda esa experiencia de siglos vividos convertirles en mejores personas.

- ¿Cómo?

- En todas las narraciones que conozco el vampiro se aprovecha su inmortalidad para someter y asesinar a sus congéneres. Podría ser interesante plantear una historia en la que el vampiro dedicara sus facultades en beneficio de los humanos. Se dice que el tiempo acostumbra volvernos más sabios, no peores.

- Ahí se equivoca, Pardo, al identificar al vampiro con el hombre que un día fue.  Una vez convertido, el vampiro es un depredador y esperar humanidad sería lo mismo que esperarla de un tigre de bengala.

- Te veo muy ducho en la materia.

- Me interesa el asunto desde hace años. Creo que esas narraciones no son sino el trasunto de fenómenos realmente existentes- le miré incrédulo y me descubrió.

-  No soy un pirado, ni nada parecido. Solo pienso que, dada la abundancia de textos que refieren su existencia, algún viso de verdad debe haber. En el reino animal existen muchos casos de depredadores que se alimentan de la sangre de sus víctimas.

- Vamos, vamos, Iván ¿no crees que si realmente conviviésemos con vampiros ya nos habríamos enterado?

- ¿Y no se ha planteado usted si esos seres no desearan hacerse notar por algún motivo?

- Iván, hijo, creo que no estás en tus cabales. Hace tiempo pertenecía a la pasma y si existieran criaturas de la noche rondando por las calles, créeme que lo sabría.

El chico me arrebató el periódico y lo desplegó por la página 3: sección Necrológicas.

- Mira, Pardo, estos son el menú del día de hoy. ¿Realmente pretendes hacerme creer que cada día se investigan a fondo las causas de todos los finados? ¿Que no desaparece gente para siempre o directamente no se la echa en falta? Te aseguro que mis  suposiciones no van tan desencaminadas.

- Pues si pretendes hacerme creer en vampiros- contesté por zanjar aquella absurda conversación- tendrás que exponerme algo más que descabelladas teorías.

Puta ciudad, crees haber topado con alguien razonable y resulta que a la que puede, se destapa como un pirado creyente en vampiros.

martes, 12 de mayo de 2009

BIBLIOTECARIO

Hacía apenas unas semanas había resuelto, con algún éxito, la desaparición de valiosas obras de arte del episcopado. El ladrón resultó el mismo sacerdote que ordenó llamarme para desviar sospechas pero le salió mal la jugada. Y como tengo por costumbre no encadenar dos casos seguidos, disfrutaba observando como la primavera llegaba a la ciudad. Días para pasarlos ojeando el diario en la terraza de alguna tranquila plaza, alejada del tráfico y las obras. Los columnistas más cursis comenzaban a escribir sobre muchachas en flor y la proximidad de las vacaciones otorgaba a los ciudadanos cierta tregua en su desánimo. La claridad iluminaba las calles aún lejos de la densidad insoportable que nos asolaría en pocas semanas. Con tiempo libre y la cuenta corriente en positivo no hay mejor descanso que el disfrute de la propia tierra.

Saboreaba la cerveza fría a pequeños sorbos y la lectura de novelas de misterio. Iván, el camarero que me atendía a diario era mi más frecuente interlocutor. Era estudiante de biología y se sacaba un extra sirviendo mesas. Al observar el rumbo de mis lecturas me recomendó Carmilla, la novela de Le Fanu. “Se la prestaría pero la dejé en casa de mis padres, en Bilbao” me dijo.

Desde mi separación, me veo obligado a habitar un apartamento minúsculo, motivo por el cual intento poseer solo aquello que me es imprescindible. Apenas adquiero libros u otros objetos cuya función principal termina siendo acumular polvo. Así, me había sacado el carnet de un par de bibliotecas bien nutridas. Acudí a una de ellas en busca del libro pero no di con él en la sección de literatura inglesa. Me acerqué al puesto del bibliotecario que se levantó y me pidió que le acompañara: resultó que aquel almacén tenía a los autores irlandeses en una librería separada de los ingleses. Beckett, Jameson, Joyce... Le Fanu. El hombre me entregó la obra y le seguí de nuevo hasta el mostrador para completar el préstamo. El bibliotecario cojeaba, arrastrando su pierna derecha como un miembro inerte.

- Así que Carmille. Buen libro –pronunció a la que escaneaba el código de barras.

- Me relajan las novelas fantásticas –contesté educado.

- ¿Fantásticas? Yo no diría tanto.

LA MANCHA

Una mancha parduzca tiñe la acera desde hace días. La huelga de los servicios de limpieza del Ayuntamiento ha evitado su desaparición. Parece pintura marrón o un manchón de mierda, pero no es ni lo uno ni lo otro: es sangre; la mía, en concreto. Arrojarse desde la ventana de un tercer piso es lo que tiene: te haces daño. Pero fue la única opción para salvar mi vida. Un chucho se acerca, husmea y lame la acera. Siento deseos de patearle el trasero.

Voy camino de la consulta del traumatólogo. Durante el día las ventanas del tercer piso están clausuradas. Sé que debo volver a subir y que cuánto más tarde, más gente puede sufrir. Pero no puedo hacerlo hasta que el médico me de el alta y me quite este maldito cabestrillo. Sería suicida; no tendría la menor oportunidad. Es lo que tiene vérselas contra un vampiro.